El Juego Y La Familia
Los juguetes constituyen una actividad natural y propia de la infancia y tienen una función didáctica que los padres deben potenciar dedicando tiempo a jugar con sus hijos
Una buena comunicación familiar se basa en la demostración del afecto, del cariño, del malestar; en definitiva, de compartir las emociones. El juego y el juguete se han revelado como unos excelentes aliados de los padres para mantener esta comunicación.
Numerosos estudios han demostrado a lo largo de los años que el juego y los juguetes constituyen una actividad natural y propia de la infancia y que tienen una función didáctica al servicio del aprendizaje y el desarrollo del niño.
Por ello, el papel de los padres es ayudar en el desarrollo de sus hijos y en lo que respecta al juego, ese papel va cambiando a lo largo del crecimiento del niño. Hay que tener en cuenta que hablar de jugar juntos no significa necesariamente jugar en un espacio predeterminado. El juego puede nacer de cualquier momento, de cualquier circunstancia y en cualquier espacio.
Durante la primera infancia, la ayuda es la función más importante y la misión de los padres es la de acercarle al mundo a través de sus sentidos y que descubra nuevas experiencias. A partir de los 3-4 años, los padres acompañan más en el juego, compartiendo con ellos ese rato de diversión. Cuando cumplen 6-7 años, el compartir se convierte en algo más. Es colaborar, competir, favorecer que se sientan más iguales en el juego. Con nueve años o más, los padres se convierten en auténticos compañeros de juego, entregados tanto a la competición como a la cooperación. El mayor desarrollo madurativo y cognitivo de los niños permite a padres e hijos compartir juegos más complejo.
La adolescencia y la juventud son periodos de grandes cambios y son etapas en las que el individuo se distancia de los padres. Pero es beneficioso para el establecimiento de una adecuada relación familiar mantener la acción de jugar a medida que crecen. Así se logra que la comunicación se mantenga y la buena relación familiar se consolide.
Más Felices:
Cuando los padres juegan con sus hijos, la capacidad de disfrute de los primeros llevará a que los niños desarrollen una capacidad lúdica y de disfrute ante la vida, lo que sin duda ayudará a que sean más felices. Si el tiempo que los padres destinan a los niños en actitud abierta y sincera positiviza en gran medida su correcto desarrollo, el hecho de «compartir tiempos de juego» es la perfecta combinación para hacer de estos tiempos una excelente base para una relación familiar sólida.
Si hace años la calle y los niños del barrio eran las claves fundamentales del juego, en el sistema en el que hoy vivimos los miembros de la familia son, en ocasiones, los principales compañeros de juego de los pequeños. Por otro lado, existen muchas familias en las que el padre y la madre trabajan, a las que no les resulta fácil buscar tiempo para el juego.
Al igual que se ha producido un cambio en el papel del padre y la madre, se produce también un cambio de rol en los abuelos, que asumen la función de ser los principales cuidadores de sus nietos. En estos casos, acompañan en los juegos a sus nietos y éstos les ven como esa figura casi mágica, de edad avanzada que conoce los orígenes y costumbres de su familia. Actúan como consejeros y a veces son también el puente entre los padres y los hijos, reduciendo tensiones o acortando distancias[1].